jueves, 22 de abril de 2010


Hay cosas que uno no quisiera perderse por nada del mundo. Una de ellas es ver crecer a los hijos. A sus nueve meses -recién cumpliditos apenas hoy- Danielita ha hecho pequeños pero importantes progresos que Alma y yo hemos registrado con mucha atención: como por ejemplo, que ya sabe aplaudir perfectamente bien (sin dejar de observar sus manitas -como si planeara cual será su próxima monería).

Cada día que pasa descrubre lo fácil que es para su miniboca hacer nuevos sonidos. Tengo que decir que la hemos escuchado hacer desde las combinaciones guturales más extrañas hasta las más tiernas y simpáticas, algo que la verdad, no se paga con nada.

Desde que la colocamos cada mañana en su andadera ha agarrado la confianza y libertad de un trompo, deslizándose por toda la casa en busca de la superficie más próxima que tocar o rasguñar con sus pequeñas uñas, ya sean las rugosas paredes, la suavidad de los cojines en las sillas, las frías mesas, los edredones de los colchones, las coloridas letritas con imanes pegadas al refrigerador, y en fín, todo lo que pueda estar a su alcance.

Es un hecho también que ya no quiere permanecer sentada. Y es que desde que descubrió lo práctico y chévere que se ve todo el mundo desde una perspectiva más alta, sólo desea que la mantengamos de pie sobre la cama o sobre nuestras ya martirizadas panzas. Ahh, y por cierto, sigue creciendo más y más, al grado de que ya usa pañales etapa 5 y devora decenas de galletas, Gerbers, jugos y sus imprescindibles yogurths Petizoo.

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